miércoles, 23 de agosto de 2017

Agua, aceite, artista, deportista

Gemelos no significa necesariamente iguales. De hecho podría aspirar a acertar que significa todo lo contrario, completamente opuestos. O por lo menos así son Javier y Matías.

De hecho ellos son mellizos, la gente no me lo cree cuando me preguntan, pero son de bolsa diferente, engendrados en días diferente (después les contaré esa historia, no apta para un blog sobre niños) y con tipo de sangre diferente. “Ay pero si son igualitos” me dicen en la calle. “No podrían ser más diferentes”, respondo casi siempre.

Desde pequeños las diferencias son palpables, Matías se tiraba del tobogán más grande apenas días después de haber aprendido a caminar, mientras Javier se mecía suavemente en la hamaca, bien lejos del temido tobogán. Matías se dormía tranquilo en su cuna, abrazado a Tigre, el peluche; para que Javier se durmiera tenía que quedarme a su lado cantando todo mi repertorio de canciones, infantiles o no, él simplemente necesitaba una voz a su lado para poder cerrar tranquilamente sus ojos.

También con el tiempo sus rasgos de personalidad fueron cambiando, incluso intercambiándose entre ellos, luego pasó a ser Javier el que se aventaba de muros altos o se subía a la parte más arriba de los inflables en las fiestas de cumpleaños, Matías lo esperaba abajo, brincando en el tapete, sin subirse al brinca brinca.

Javier es un niño dulce. Matías es tierno, y aunque podría sonar a sinónimo, no lo es. Javier es dulce con sus intenciones y sentimientos, la mayoría de las veces muy maduros para su edad, siempre preocupándose por los demás. Matías es tierno porque todavía es muy niño, muy inocente. No se puede ir a dormir sin nuestro ritual de besos.

Sus castigos no se originan por los mismos motivos. Muchas veces están castigados al mismo tiempo, pero por razones diferentes, como cuando terminaron castigados porque durante una de esas mejengas importantes de fut que se juegan en la cochera de la casa, Javier metió un gol que no fue gol y al ser el árbitro de turno, además de jugador, lo pitó como válido, por lo que Matías en su frustración e incapacidad de expresar su enojo con palabras se fue a donde él, lo pateó, lo empujó y lo botó al suelo. Javier como respuesta decidió ponerlo en su lugar, lo jaló hasta el cuarto, lo regañó y lo encerró por varios minutos.

Cuando me di cuenta, estaba Javier sentado afuera de su puerta y Matías lloraba desde adentro.
-         -  Matías no puede salir, está castigado por malcriado – me dijo muy serio y autoritario.

-        -  ¿Qué fue lo que pasó? – le pregunté. Me explicó toda la pelea – pero tranquila mami, ya lo regañe y castigué, por eso está encerrado.

Y empezó mi retahíla, pero Javier, usted no puede castigar a su hermano, usted no manda, todo esto mientras Matías lloraba como recién nacido y yo no encontraba la llave para abrir la puerta.

Ahora, los castigos tampoco pueden ser los mismos, ya que sus gustos varian. Matías es de fútbol y artefactos tecnológicos, él es que nos enseña a Andrés y a mí cómo poner los videos de YouTube del celular en el tele y para que un castigo le duela hay que suspenderle su tiempo de tablet o televisión. A Javier todo esto le da lo mismo, lo disfruta pero no sufre si no lo tiene, él es más difícil de castigar, él es un artista y se la pasa pintando, leyendo, escribiendo, le fascina hacer que estudia y también estar en su oficina, correcto, tiene oficina. Así que por ahí va el castigo.

-          - Matías hoy usted no ve tele por patear a su hermano, Javier hoy no puede ir a trabajar por encerrar en el cuarto a Matías.

Javier en su oficina
Matías "conectado"

Javier es normalmente callado y calmado, Matías más bien habla como un loro y a veces desearía poder darle un estatequieto.

Uno ordenado por Javier, el otro por Matías

Otro aspecto que tiene diferente es el orden. Para Matías acomodar es meter todo dentro de una caja y lograr que cierre, para Javier es un asunto más serio, hay que acomodar por categorías, color, tamaño y forma.

Javier está en clases de piano, lleva solo unas semanas, pero por su hábito de practicar todos los días, varias veces al día, cierro los ojos y me lo puedo imaginar dando un concierto en el Teatro Nacional como pianista invitado de la Orquesta Sinfónica Nacional.

Matías es deportista, no importa lo que juegue, el carajillo es buenísimo. Se baila con la bola a todos los del barrio y es el goleador, en básquet, tira la bola de espaldas y sin esforzarse la encesta y se encontró en la casa de mi hermano una raqueta de tennis y ahora juega contra una pared. A él me lo imagino dentro de unos años jugando en el Real Madrid y luego pasará a retirarse con los Cleveland Cavaliers

-          - Mami, ¿es cierto que a las chicas les gustan los artistas? – me preguntó Javier un día en el carro – yo vi que en Gravity Falls lo dijeron.
-          Así es Javi – y lo veo por el retrovisor como sonríe con emoción, miro al otro lado en donde Matías tiene un semblante preocupado, las chicas en este momento de su vida y seguro que para siempre, son parte importante – Pero Mati, también les gustan los deportistas – y su cara brilla con la sonrisa de triunfo.

Cuando las personas me dicen que qué difícil tener gemelos, yo solo pienso, al igual que el tema de esta historia del blog, que es todo lo contrario. Tener bebés gemelos fue hermoso, caótico y algunas veces frustrante, pero nunca dejé de ver la dicha de tener dos hijos creciendo al mismo tiempo, siempre imaginándome cómo serían cuando fueran más grandes y ahora que ya llegamos a ese punto, como bien me lo recuerdan cada vez que pueden,  puedo ver como cada uno tiene definida su personalidad, finalmente llegué a conocer a mis hijos, sé qué les gusta y qué no y que necesariamente no es lo mismo, como muchas personas suponen. Pero también sé que a pesar de sus diferencias, sus corazones son iguales de bondadosos y no importa si llegarán a ser grandes pianistas o famosos futbolistas, serán buenas personas y con eso me conformo. 

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