Esta es la historia de cuando
casi morimos ahogados.
Bueno, así sería si fueran los
gemelos los que estuvieran escribiendo esta historia. Especialmente Javier, porque
para él, fue una experiencia cercana a la muerte.
En realidad el asunto no es tan
serio, no se asusten ni alarmen (mami, tranquila, estamos bien).
Hace unos días fuimos a la playa
y había en el medio del mar, una “ciudad flotante”, como un brinca brinca
inflable gigante, amarillo y visto desde lejos, el mejor lugar del mundo.
Lógicamente quería llevar a los gemelos, fieles fanáticos de los inflables, pero
el primer paso iba a ser convencer a Javier, al que desde pequeño no le ha
hecho mucha gracia la inmensidad del mar.
Hay que resaltar que hasta este
año, en enero, los gemelos se atrevieron a tocar el mar con sus pies por
primera vez en sus cinco años de vida. Todos los años el paseo familiar a la
playa ha sido una tragedia; ellos ven el mar, gritan de pánico, yo los llevo a
la fuerza para que se les quite el miedo, ellos gritan más despavoridos, yo, en
ataque de histeria les grito, Andrés, mi esposo sumido en el ambiente de
histerismo, nos grita a todos. En fin, terminamos pasando el resto del paseo en
la casa viendo desde bien lejos las olas.
Pero este año algo cambió en
ellos (estarán creciendo mis niños?) y solitos se dejaron mojar hasta las
rodillas, y hasta una ola los revolcó y no se murieron del susto!!
Después de este proceso sanador
con el océano, creí que estábamos listos para el siguiente paso, brincar como
locos en una ciudad en el medio del mar. Aquí quiero detenerme y decir que todo
esto fue mi error.
Le pusimos el chaleco salvavidas
a Matías, todo bien, se lo pusimos a Javier, ya estaba llorando con histeria. Yo
no calculé el hecho de que para llegar a la ciudad sobre el agua hay que nadar,
así a punta de brazadas, unos 200 metros. Yo no soy muy ágil para la natación y con
un monito guindando en mi cuello gritando que se iba morir, he de decir que
estuvo complicado.
Mi hermano Santiago iba nadando
con Matías, con él fue más fácil porque entre las mil diferencias entre los
gemelos, una es que Matías es más mandado, o sea, no mide aún el peligro y sus
consecuencias, así que él no vio nada arriesgado nadar en mar abierto.
Javier, él es otra cosa.
- - Ay Dios mío, mami, me muero!! Me ahogo!! Me hundo! Oh my God!!
Si, hasta en inglés estaba buscando la salvación divina.
Y es que él en
verdad creía que no lo íbamos a lograr y se iba a morir, y si hay que
confesarlo, yo veía cada vez más lejos la tan añorada ciudad flotante. Cada brazada,
se alejaba la muy malvada.
Pero Santiago
y Matías iban adelante y no podíamos devolvernos y dejarlos solos, así que
seguí nadando con el mono gritón, diciéndole que estábamos cerquísima y
finalmente llegamos y nos subimos en el inflable.
Si nadar para
llegar fue una tragedia, brincar ahí fue toda una fatalidad. Con cada movimiento
del inflable Javier gritaba que se iba a morir, y yo sentada con él tratando de
calmarlo.
Santiago y
Matías se fueron a saltar a un tipo de trampolín, pero a medio camino, en una
parte en donde había que volver a tirarse al agua para pasar, Santi me volvió a
ver y lo que vi en sus ojos fue pánico, el mismo que veía en Javier.
Resbalándome
por todo el inflable, que ya por cierto había perdido toda la gracia y
diversión que le vi desde la orilla, fui a ver qué pasaba. Estaban en el agua
rodeados de peces globo y no podían volver a subirse a flote. Jalándolos de las
piernas con desesperación y como si lo que hubiera en el mar fueran tres
tiburones blancos, los subí y nos quedamos respirando agotados. Yo no sé si los
peces globo son peligrosos o no, solo sé que se inflan y dejan expuestas un montón
de púas y nos imaginé a los cuatro muriendo desangrados en el mar por culpa de
las punzadas de un cardumen de peces globos.
Ok, parece que
Javier heredó mi sentido de fatalidad.
Ya éramos tres
personas en pánico, porque Santiago tampoco es muy valiente que digamos. Matías
no estaba muy contento, ya no quería saltar y empezó a hacer la carita de
cuando está a punto de llorar. Era el momento de hacer retirada.
Nos tiramos de
nuevo al agua para nadar los 200 metros de vuelta, yo rezando para que ningún pez
globo se hinchara y nos matara. Javier todavía guindando de mi cuello gritando
que su final en esta vida estaba cerca y Matías y Santiago delante de nosotros
desesperados por llegar a la orilla.
Cuando
finalmente tocamos la arena y Javier se soltó, salimos todos corriendo a
quitarnos el chaleco salvavidas y prometernos que por mucho, mucho tiempo, no
se nos iba a volver a ocurrir la idea de volver a la ciudad flotante en el
medio del mar.
De todo esto
puedo sacar que las mamás también tenemos miedo y pasamos por episodios de
pánico exagerado, pero igual que cuando se dice “si hay pobreza, que no se note”,
si estas muerta del susto, que tus hijos no se den cuenta.
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Casi muero!!! Excelente relato!!!
ResponderEliminarMorí de risa... ¡Qué dicha que al final todo salió bien!
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